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El señor de las arenas

Ego Ruderico

Ego Ruderico

La gente fue saliendo. Lentamente.

Al alba, en trenes ruidosos y torpes que trataban de esconderse  por áridas vaguadas. Los perros que no tuvieron la suerte de terminar ahogados en el fondo del río con una piedra atada al cuello, murieron persiguiendo al tren dias y noches, o atropellados por él.

Las tierras fueron quedando yermas. Las casas fueron saqueadas, y sus puertas secuestradas. Los gorriones emigraron al pueblo de al lado, donde unos ancianos agrietados los vieron llegar y supieron que su hora estaba cerca.

Las viviendas quedaron violadas y aturdidas en medio del páramo naranja. Las flores se subieron a las tumbas extrañadas de tanta calma.

Fue una noche. El pueblo quedaba atrás, y el tren se resguardaba entre la ténue silueta de las montañas dejando que su humareda flameara al viento como la capa de la misma muerte.

El silencio conquistó el lugar, y ni los fantasmas quisieron quedarse.

Fue hace poco, no tanto. Fue no muy lejos, aqui al lado. Quizá ahora, quizá aqui.

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