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El señor de las arenas

Las ruinas de Alejandría

Las ruinas de Alejandría En el cielo oscuro y estrellado de Alejandría un desconchón y una gotera anuncian el cambio de era. Ya no parpadea una vieja máquina, ingenio arcano, con sus luces titilantes y su cantinela a ritmo de mantra del próximo oriente. Hace tiempo que en Alejandría se oían siempre sugerentes canciones de todo el mundo, canciones que bailaban con el silencio, al ritmo de vidrios y cerámicas. Desde tiempo superior al que yo mismo puedo recordar, una bella mirada, siempre diferente, recibía la entrada a la ciudad. Ese Sancta sanctorvm en el que las constelaciones anunciaban un futuro mágico e incierto. Lugar de conspiraciones y de inspiraciones amorosas, en el que flotaba una cierta calma filosófica, bajo los ojos de Lucía, junto a las ventanas a otros mundos, frente a los ojos del deseo.

Hoy en Alejandría solo una lejana y vulgar cantinela venía de un pequeño radio despertador. El desconchón en el techo había permitido escapar a la musa. Hace tiempo ya que los ojos verdes dejaron de recibir al visitante, cada vez menos, cada vez más ruido de comercio, menos juglares, el sonido de aquel rabel. El silencio hoy en Alejandría no encontraba exóticas melodías con las que bailar.

Mis recuerdos tuvieron que abandonar Alejandría hace tiempo, camino del Ponto, sin certeza en su rumbo, porque Alejandría no es hoy más que una ruina evocadora y un tanto amarga.

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