El camino hacia Itaca...
Hasta el primero de aquellos árboles. Aguanta sin aflojar...
Hace años ese esprint llegaba hasta más allá del último de esa frondosa chopera, y puede que ya nunca vuelva a llegar hasta allí. Pero si ahora se queda en el primero de los árboles, con la constancia y el esfuerzo irá llegando más lejos. Vuelven a dolerme las piernas, con esos pinchazos tan molestos y familiares. Pero incluso contra el viento soy capaz de recordar que en otros tiempos, detrás de esos pinchazos, a los que no solía hacer caso, venían momentos de recompensa, de largos trayectos, de velocidad, de ascensos interminables.
Sigo un poco más, pese al dolor de las piernas. Las sensaciones no son buenas, pero la fría objetividad del pequeño cuentakilómetros da una cifra inesperada de velocidad media. Un pequeño garabato en un pequeño chisme de cristal líquido es una bonita paradoja de lo pequeños que son a menudo los grandes estímulos. Cada vez el dolor va quedando un poco más en segundo plano, y la respiración da el ritmo al paisaje, que empieza a aparecer. Siempre pensé que era cuando se iba más despacio cuando se apreciaba más el paisaje. Pero en medio de la desazón del pedaleo hacia delante (sólo hay hacia delante) los campos verdes y los irredentos guijarrales componen un potente Pollock que fascina.
Las primeras casas y algún paseante me sacan de mi ensoñación, y me llevan hasta casa.
Es curioso cómo cualquier momento sobre una bicicleta supone una fiel y esclarecedora paradoja sobre la vida...
Hace años ese esprint llegaba hasta más allá del último de esa frondosa chopera, y puede que ya nunca vuelva a llegar hasta allí. Pero si ahora se queda en el primero de los árboles, con la constancia y el esfuerzo irá llegando más lejos. Vuelven a dolerme las piernas, con esos pinchazos tan molestos y familiares. Pero incluso contra el viento soy capaz de recordar que en otros tiempos, detrás de esos pinchazos, a los que no solía hacer caso, venían momentos de recompensa, de largos trayectos, de velocidad, de ascensos interminables.
Sigo un poco más, pese al dolor de las piernas. Las sensaciones no son buenas, pero la fría objetividad del pequeño cuentakilómetros da una cifra inesperada de velocidad media. Un pequeño garabato en un pequeño chisme de cristal líquido es una bonita paradoja de lo pequeños que son a menudo los grandes estímulos. Cada vez el dolor va quedando un poco más en segundo plano, y la respiración da el ritmo al paisaje, que empieza a aparecer. Siempre pensé que era cuando se iba más despacio cuando se apreciaba más el paisaje. Pero en medio de la desazón del pedaleo hacia delante (sólo hay hacia delante) los campos verdes y los irredentos guijarrales componen un potente Pollock que fascina.
Las primeras casas y algún paseante me sacan de mi ensoñación, y me llevan hasta casa.
Es curioso cómo cualquier momento sobre una bicicleta supone una fiel y esclarecedora paradoja sobre la vida...
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