La chica atractiva
La chica es atractiva.
No sé si el bar tiene música, y eso que llevo un buen rato dentro, pero el repiqueteo de los platos y los vasos de café sobre la barra y las mesas es mejor que si la hubiese. El camarero es un tipo a las puertas de la vejez, educado, eficaz, y que mueve a tratarle de usted. Pero de usted como aquellos amigos del siglo XIX, que se seguían tratando de usted después de cincuenta años de trato diario. Quisiera ir al baño, pero un amable ecuatoriano está sacando los barriles de cerveza justo por el estrecho pasillo que conduce hasta él. Al lado, más allá de un enorme espejo, otras personas iguales que las de la entrada, pero todas zurdas, siguen tomando café un poco aceleradamente, y al fondo una puerta da a otra calle en la que todo es igual que esa por la que he entrado, solo que al revés.
Entonces entra ella, despreocupada pero apremiada. Saluda con naturalidad al camarero venerable y a algunas mesas que están detrás, mientras pide un café y se enciende un cigarro a la vez. Sin duda trabaja por aqui cerca. Apura su café y su cigarro mirando a la calle a través del espejo de la barra, y repasando de reojo el periódico que yo hojeo repasándola de reojo a ella. Es rubia. O quizá morena. Tiene el pelo rizado, pero a veces es liso. Y cruza las piernas sobre la banqueta, balanceándo su fina sandalia, como en una canción de Sabina, como si el metro pasase por la puerta. Tirso de Molina, Sol, Gran Via, Tribunal... Santander.
Consigo ir al baño, dejando el periódico y parte del cortado sobre la barra. "Cuando vuelva pagaré su café" pienso entre otras tonterías mientras entro en el pasillo.
Cuando salgo, ella está recibiendo los cambios mientras miraba hacia la tele, aunque a mi me gustaría pensar que me buscaba con la mirada. Así que me ahorro 0'90€ y un posible ridículo. ¿Tendrá su propio negocio? quizá una mujer independiente que ha abierto una tienda única en Zaragoza, una mujer moderna, de esas a las que pone nerviosa que les abran las puertas, de esas fuertes e independientes, de esas modernas, decía. Paso junto a ella y liquido el café sin sentarme en la banqueta, mientras se despide dulcemente y sale a la calle. Y yo la miro en el espejo de detrás de la barra, como si estuviese escapando de un cuadro de Manet y no fuese volver nunca más a ser unas cuantas pinceladas juntas en un pastoso lienzo matutino.
Me escondo de nuevo tras las gafas de sol, y salgo a la calle. La chica atractiva está abriendo una persiana justo al lado. Pienso que de espaldas es igual de atractiva que de frente. Cruzo la calle mirando a un lado, al otro y hacia atrás, jugándome los sueños entre el tráfico.
La chica atractiva entra en la tienda.
La tienda es una tienda de lencería, con un escaparate de sensual lencería.
Es tan dificil ser un hombre a la moderna...
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Marcel -