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El señor de las arenas

Lonely Oak

Lonely Oak

Inmenso, disperso, silencioso, como un roble milenario. Inmóvil. Con las raíces hundidas y profundas a cientos de metros, fundido con la tierra, condenado a vivir inmóvil, sin más expectativa de cambio que acabar siendo la guarida hueca de un tejón o un trepador azul.

Acorralado, como si el bosque hubiese huído hace décadas. Apenas viendo al roble más cercano a una milla, y con la montaña que alimentó tantos sueños de empresas heróicas, hoy oculta por la línea de un horizonte dibujado de muros grises y sucios de hormigon de protección oficial.

Desubicado. En este antiguo bosque sagrado en el que sus antepasados fueron venerados, y hoy el último roble es acorralado, incapaz para escapar. Justo llegado para ver cómo desaparece su razón de ser. El roble solitario junto a la rotonda.

Mirando de reojo a esas ruinas de las que contaban que pertenecían a un monasterio en el que, siglos atras, los hombres se refugiaron para preservar el saber de otros hombres sabios del pasado de perderse en la sima del tiempo. Lo consiguieron, aunque nadie fuese después a recuperarlo.

Pero los robles, ni siquiera saben escribir, solo susurrar historias al viento de la tormenta. Historias que ya nadie escucha. Y ya no temen al rayo, sino a los traicioneros hombres.

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