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El señor de las arenas

Cánticos del cierzo

Cómo en ocasiones, inesperadamente para nosotros, nos hallamos recogiendo sombras de recuerdos para construir nuestro paraguas melancólico. Sombras que no habíamos visto antes, después de miles de pasos por las aceras del recuerdo. Con las que uno se tropieza. Es curioso cómo la casualidad se comporta cuando uno no cree en ella. Toda esa casualidad repleta de nombres y caras que se encajan en forma de viejas fotos polvorientas de mi corazón. ¿Por qué se hace silencio en el bar justo cuando suena esa canción que ya no sonaba?, ¿Por qué cruza el autobús justo cuando perseguimos alterados los rasgos de esa melena pajiza tan emocionantemente familiar?. ¿Por qué has venido a mi a visitarme ahora? ¿O es que nunca te habías terminado de marchar?...
Olvidaba por amputación, incapaz de asimilar los caminos sin final, los finales sin final. Ese miembro amputado que aún parece sentir el frío y el calor, la tensión y la emoción. Y...¿sabes que? No hay ningún sitio suficientemente lejano al que uno pueda escapar huyendo de si mismo. Por eso estabas aquí esta tarde, en ese bar, en esa película, en esa canción, en esa carta, incluso en ese papel en blanco. Estas luces ventosas de la noche son como las de aquel día, ¿recuerdas?. En realidad no lo son, ni hacía viento, ni fue nunca de noche. Es sólo que en ningún sitio hacía tanto frío como en mi corazón. Por eso he vuelto. Estas guapa como en aquel recuerdo casi borrado, y yo sigo teniendo aquel mismo miedo excitante del primer día, cuando aún no sabía cuanto dolor cuesta amar...

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