Blogia
El señor de las arenas

Cuentos de la luna pálida de agosto

Cuentos de la luna pálida de agosto Habia pasado un par de veces a mi lado, mirándome de reojo mientras un hombro y la cadera seguían un ritmo balcánico con seductora indolencia. Su cintura, vagamente oculta bajo una especie de peto, incapacitaban para ver nada mas alli. Ni dardos, ni luces, ni gente entrando y saliendo. Supe que algo especial iba a suceder cuando se acercó a mi, lentamente, sin dejar de seguir aquel ritmo de tambores, cajones y trompetas.

Me habló al oido. Las luces pardas y el olor de psicotrópicos dejaban de existir junto a aquellos insospechados ojos azules de larga melena negra.

Volvió a marcharse hacia el fondo. Los recuerdos salían huyendo por la ventana para dejar sitio a la emoción y la sensualidad. En aquel lugar enigmáticamente mágico, en aquel tiempo aparentemente inofensivo. Alli sucedió todo. Una pasión sin medida, miradas eléctricas, sonidos acústicos, y caderas rítmicas. Lo inesperado, lo deseado, lo soñado.

Aún recuerdo a cada momento las últimas y sugerentes palabras que me dijo acercándose a mi, mirándome con sus ojos imposibles, hablándome al oído, como si aquellas palabras no debiesen perderse nunca. Acercó sus labios a mi cara, poniéndo los codos sobre la barra, y me dijo:

"Son once con cuarenta"

2 comentarios

El señor de las arenas -

Puedes sentirte identificado, Marcel, porque el hombre se enfrenta al mundo esencialmente por mímesis y comparación, pero en realidad todo este texto no es más que una sarcástica visión de la nada más completa. Solo lo escribí para reirme de mi mismo, y no como nostálgica reflexión, letanía invocadora ni lírica leyenda. Por cierto, once con cuarenta no fue demasiado barato...

Marcel -

Ay, me siento demasiado identificado con la historia pero voy a (intentar) cambiar.