Blogia

El señor de las arenas

Asfixia

Asfixia

El lago más tranquilo puede esconder las aguas más revueltas.

Otra vez al borde del borde, en el límite del límite. 

Et in arcadia ego

Et in arcadia ego

Todo va bien

Todo es magnífico

Repleto de exitos, de estimulos

Dinero, relaciones.

Todo es perfecto

Lo cambiaría todo por tenerte más cerca 

El día de la nube

El día de la nube

Hay días en los que parece que una nube haya quedado amarrada en nuestras cabezas.

Despiertas de un traspié, saliendo de un sueño demasiado real para ser bonito, y antes de llegar al baño ya has roto setenta veces siete espejos de la mala suerte.

El día en el que maldices al desierto por no esconder piedras bajo las que meterte.

Ese día en el que te muerdo, justo el día que necesitas mis caricias.

Hace seis meses desde esta mañana. Sé que esto acabará.

Si consigo que amanezca. 

Ars Moriendi

Ars Moriendi

Solo quiero creer.

Después de todo

Urnenfetteln

Urnenfetteln

Una vez más, no estuviste. Sé que no hay mala intención. Probablemente ni siquiera hay intención.

Es sencillo, he muerto. Nada hay ya que tenga que ver conmigo. Todo tan lejos, todo tan frío.

No hay ni cenizas del lugar donde viví, y yo mismo soy un puñado de cenizas.

Ahora vendrá otra cosa, seré otra cosa. Pero no vengáis a buscarme, no vengas a buscarme. Porque ya no me encontrarás, ni habrá flores donde estuve.

Sólo una sombra 

El viaje

El viaje

S, justo antes de D.

Luego S, a las puertas de F y L.

M, justo antes de M

Y ahora, otra vez...

 

Flores

Flores

También a tí te enterré.  Os enterré a las tres.

En un desierto salitroso de piel cuarteada por los vientos. El lugar al que los indígenas llaman "Valle del Fin".

Pasé por allí hace poco.

Desde los aserrados riscos que lo rodean, ví el fondo del valle.

Allí, en una mancha de tierra removida, habían crecido flores de todos los colores. 

Que pronto...

Que pronto...

El desierto acaba convirtiéndose en uno mismo. Yo soy el desierto. De manera que acaba por no quedar nada alrededor. Las arenas y yo.

El tipo más egoista del mundo.

Creo que nunca podré pedirte perdón lo suficiente... 

Llamada perdida

Llamada perdida

He decidido que no voy a llamarte nunca más.

Incluso para el más irracional de los creyentes como yo, la fé tiene un límite.

No puedo creer que todas mis llamadas se pierdan, todos mis mensajes, todos mis correos. Que tu móvil sea el único del mundo en el que no quedan registrados mis intentos desesperados de saber que sigues existiendo, mis gritos de pánico en la oscuridad de este sótano.

No puedo seguir creyendo más correos perdidos más citas olvidadas, más tecnología malvada que no hace más que separarnos.

No puedo soportarlo mas. Simplemente cambiaré una forma de dolor por otra. Pero no voy a llamarte nunca más, no puedo hacerlo, no lo haré, poniendo rumbo al mar lleno de sargazos que es el olvido.

No voy a llamarte nunca más.

Hasta la próxima vez.

Sueños perdidos

Sueños perdidos

Ya no te toco en mis sueños.

Recuerdo casi todos y cada uno de los sueños en los que has aparecido. Pero especialmente el primero. En el que te besaba, en el patio de un colegio perdido en la memoria, del que no recuerdo casi nada más que aquel rincón en el que en el sueño que recuerdo te besaba en la boca como un actor de Hollywood. Teníamos cinco años. 

Y casi aún siento en el pecho el peso dulce e inexistente de aquella vez en la que soñé que no hacíamos nada. Simplemente te apoyabas sobre mi, tu cabeza en mi pecho, mientras ambos mirábamos un paisaje. No hacíamos nada, sólo nos fundíamos en uno.

Recuerdo cómo venías a mi casa, una casa que no existe, cómo me abrazabas, cómo, reina taumaturga, me curabas sólo con cogerme la mano.

Fue hace mucho, en el futuro. Ahora sueño que te veo de refilón en un coche, y ni siquiera puedes saludarme.

Ya ni siquiera en mis sueños puedo alcanzarte 

Senderos

Senderos

Es extraño. Había allí mucha gente. Y un texto del que yo mismo no me acordaba muy bien, pero que no quedaba mal. Escrito sin mucha fe pero con mucha ilusión, paradoja increíble. Siempre un placer poder ayudar a los amigos. Estaba Virginia, de la que incomprensiblemente nunca me enamoré pero que es la mujer más atractiva que haya conocido nunca. Un atractivo que intimida, y que va mucho más allá del fisico, que ya es decir. Y estaba Ana, una mujer de la que me enamoré incomprensiblemente una tarde gris de un gris mes, cuando ella era mucho menos atractiva que ahora y yo mucho menos tonto. Un sitio repleto de gente, en el que, como casi siempre que hay mucha gente, me sentía un tanto incómodo. Aunque por suerte está siempre gente a la que apetece mucho saludar y que le rebajan a uno la tensión. Como Vicky, o como Victor y Marisa.

Volví hasta el coche casi sin hablar. Pensando en lo absurdo que es tomarse la vida tan en serio, y en lo especial que es ese tipo llamado Tausiet. Una de las pocas personas que pueden disfrutar de cualquier día del año llevando sólo en el bolsillo un mechero y algo de tabaco. Y hacer de ello algo especial. Un tipo del que nunca se acaba de aprender. Un tipo de otro tiempo.

Por el camino oscuro del coche, volví a hacer una tablilla de defixión electrónica. Uno de esos actos que, a puro de repetirlos, se han convertido en superchería. Te mandé ese mensaje que tú sabes, para decirte eso que recuerdas y a lo que no harás caso una vez más. Pero mandado está. Si no pasa nada, no será culpa mía, sino del Demiurgo. Me digo a mi mismo intentando ponerme la venda antes que la herida. Y deseo que contestes con la amargura del silencio respondiendo.

En medio de la noche desoladora del actur, que es más desoladora que la de la ciudad romana, digamos, saludó mi indolencia una mano provecta. Un hombre ancianísimo y una anciana medio tullida se apoyaban entre dos coches. Paré. Dos ancianos perdidos y agotados. Solo supieron decirme que vivían en una calle cuyo nombre ya no recuerdo, bastante lejos de alli. Ella estaba desvalida de sus piernas y el ni siquiera sabía donde estaba. Es curioso lo mucho que el señor se parecía a mi abuelo. Mi abuelo Manuel murió antes de lo que a sus nietos nos tocaba, hace 25 años, cuando yo tenía 6. Casi no tengo de el recuerdos, pero a pesar de ello, me cruzo de vez en cuando con ancianos que tienen la edad que ahora tendría el y me recuerdan a su recuerdo de forma a veces impactante. Con precisión, porque de el casi no tengo recuerdos. Sus manos afiladas apenas tenían fuerza para subir a mi coche. Me ofrecí a llevarlos, claro. Mi abuelo, si viviese ahora, seguramente tendría las mismas dificultades para subir a mi extraño coche. A mi viejo maestro inglés, al que le digo las cosas que debería decirle a mi abuelo si no se hubiera ido cuando a sus nietos aún no les tocaba. Les llevé a la calle, como un taxista fantasma, intentando sacarles la angustia del cuerpo, aunque será su cuerpo el que se vaya de la angustia más antes que después. Ella sólo estaba desvalida de su físico, y recordaba perfectamente el camino. El estaba desvalido de mente. Así que hacían una pareja perfectamente compenetrada y desvalida.

Bajaron del coche con mi ayuda y con dificultad. Quisieron pagarme, en vano, claro.

De vuelta a casa, en el garaje, coincidí al fin con el dueño de ese precioso Volvo S40 de primera generación que aparca dos plazas más allá. Es un negro senegalés, que tiene un espejo en el fondo de la plaza. Hermosa metáfora. No se de qué, pero hermosa. Apagué a los Red Hot Chili Peppers, y entonces se oyó la música que surgía del Volvo. Y no era Yussou N'Dour o Salif Keita, sino Julio Iglesias. Que salía de ese precioso Volvo, discreto y nada espectacular, pero lleno de encantos. Como las mujeres de las que suelo enamorarme. Siempre sin exito, como al adivinar la música de mi vecino de garaje.

Llegué a casa, y en el correo no había ningún mensaje tuyo, otra vez.

Y aquí estoy, escribiendo esto como un idiota, en vez de estar durmiendo. Escribiendo esto para que mañana, cuando despierte para salir con mi bicicleta, no me haya olvidado de que sucedió de verdad. Ojala fuese tan bueno escribiendo que hubiera podido inventármelo. Ojala pudiese entender lo que sucede.

Cierro los ojos...

Cierro los ojos...

La línea no es tan visible, tan amplia. No hay una línea roja pintada en el suelo al borde del desierto...

Duel

Duel

Me sigues.

Sé que me andas rondando hace tiempo

Juegas conmigo, como un gato con un pájaro herido

Puedo correr, zafarme

Pero no podré escapar 

Nunca vienes a rondarme cuando mis alas baten poderosas, vieja zorra... Siempre juegas sucio 

Sin razón

Sin razón

A pleno sol

Sin refugio 

El ojo

El ojo

Otra vez, el ojo y la cámara

Como el dia del eclipse

Como en la montaña de nubes

Como en el castillo de los cielos

Como en la noche del cometa

Y la tierra.

Y tu. 

El camino

El camino

En algún momento, hace un tiempo indeterminado, acabé convirtiendo mis sueños en obsesiones

En aquel tiempo, sucedía lo que debía suceder. Hoy, cualquier cosa que pueda suceder, sucede. 

Boreas

Boreas

Sin saber muy bien por qué. O sabiéndolo del todo, como tantas otras veces.

He sentido la necesidad de reabrir esta ventana. En la semana en la que pisé la nieve en Remolinos y luego en Ordesa. Por las mismas razones vaporosas que me llevaron a cerrarlo. 

Si a alguien le interesaba, seguirá viniendo. A quien le diese igual, seguirá ignorándolo. Siempre pensé que El Señor de las Arenas era una vía de comunicación, aunque fuese tan débil como un mensaje en una botella.

Ahora que sé que es sólo un agujero en el suelo, ahora puedo reabrirlo tranquilo.

 

La última llamada

La última llamada

Siempre volviendo sobre ti.

Te quiero. O al menos sé que no tengo alternativa.

Si ahora mismo, mientras escribo esto, me llamases desde cualquier lugar pidiendo mi ayuda, antes de llegar la noche habría cruzado el mundo para estar contigo. Aunque fuesen solo diez minutos.

Si me necesitases, en cualquier situación, para cualquier cosa, lo más peregrino. Incluso aunque hiciera años que no nos hubiésemos visto. O meses, como ahora.

Sé que te quiero sin paliativos, sin que pueda elegirlo, y que siempre seguirá siendo así, pase lo que pase.

Pero por hoy, hasta que la noche vuelva a borrar las sombras, me voy a permitir odiarte con todas mis fuerzas.

Parábola del abuelo huraño

Parábola del abuelo huraño

Mi abuelo era viejo. Olía mal, tenía mal humor y era huraño. Es cierto que no íbamos a verlo demasiado antes de que tuviésemos que acogerle en casa, pero en realidad era su carácter. Tenía los pulmones débiles, y por eso se duchaba lo menos posible, y por eso olía mal, y por eso no íbamos a verle, y por eso no tomaba medicación, y por eso tenía los pulmones débiles.

Mi abuelo había estado en la guerra. Y fue agricultor y ganadero toda su vida. No sabía encender la tele, pero sabía muchísimo sobre cosas de la naturaleza, aunque el ni siquiera usaba esa palabra. Mi abuelo recitaba páginas enteras del Poema de Mío Cid, aunque no sabía leer. Y usaba palabras, yo que sé qué palabras. No las había oído a nadie hasta que un día vi en un concurso de la tele que eran castellano antiguo, y algunas árabe. Aunque él no sabía leer. Pero mi abuelo era huraño. Ninguno de sus hijos quería aconsejarle, ni ayudarle para que se pusiera bien, se vistiese mejor, y saliese de casa para conocer gente, para que le cambiase el carácter un poco. Porque tenía el carácter huraño, porque nunca hablaba con nadie, porque nadie iba a verlo, porque tenía el carácter huraño.

Pero un día vinieron los de la empresa americana. Eran altos y guapos. “NewGrandpa” se llamaban. Nos ofrecieron cambiar a nuestro abuelo por uno mucho mejor, más simpático, más joven, más alto. Recuerdo que se llevaron a mi abuelo, a una residencia dijeron, aunque no nos dejaron señas. Cuando abrió la puerta de su casa, se limitó a coger su viejo abrigo y salir, como si estuviese al tanto de todo, aunque nadie le había dicho nada, porque nadie iba a verlo.

Mi abuelo nuevo era joven. Viste más moderno que yo, le gusta la música pop, habla inglés y sabe bailar. De hecho tiene un extraño acento cuando habla  castellano, y no usa palabras raras. Mi abuelo tiene unas manos más finas que las mías, y sabe comprar en el Alcampo. Pero las plantas de la casa de mi abuelo se han muerto todas. Mi abuelo viene a casa a comer los domingos, y trae deuvedés, y nos habla de la película de la noche anterior. Pero no nos interesa nada de lo que dice.

Hace poco le descubrimos una arruga. Hemos llamado a “NewGrandpa”, y vendrán mañana a traernos un nuevo abuelo. Este tampoco hablará con palabras antiguas, ni recitará poemas, pero vestirá aún mejor, y sabrá programar el DVD. Las plantas de casa de mi abuelo son ahora de plástico, y sus libros se los llevaron en el primer viaje los americanos. Mi nuevo abuelo no hace más que hablar de muchas cosas como si tuviese una televisión dentro, recita frases enteras de los anuncios, aunque viste muy bien y es dicharachero. Solo quiere comprarles cosas a mis hijos, y que ellos le compren otras absurdas, da igual cuales, y pasar el día en el centro comercial. Pero a mis hijos les aburre soberanamente.

Me pregunto dónde estará mi abuelo de verdad, ahora que mis hijos me preguntan quien fue el Cid, y cómo se planta una lechuga. Ojala le hubiese escuchado, cuando no había quien le visitase. Mi abuelo era huraño, y yo cada día me estoy volviendo más huraño. Desde hace un tiempo tengo mi abrigo preparado detrás de la puerta.

Idioteces

Idioteces

Cuantos más errores encuentra uno en el mundo más probabilidades hay de ser uno mismo el único error, supongo.

Cuanto menos entiende uno el mundo, más probabilidades hay de ser uno mismo un garabato incomprensible.

No entiendo nada.